Que alguien le diga a Messi que aunque seas Messi hay que saber irse de una empresa

La forma en la que uno se va de su empresa determina su carrera futura y puede empañar la marca personal y la posibilidad de encontrar nuevos empleos.

Hace algunos años, con la boda de Rocío Carrasco y Antonio David Flores, asistimos a una reunión de topicazos que pocas veces se había visto: el torero (José Ortega Cano), la folclórica (Rocío Jurado, la más grande, dicen); el guardia civil y la hija de la folclórica, que además era hija de un famoso boxeador (Pedro Carrasco).

A otro nivel, la marcha de Leo Messi del Barça reúne un montón de tópicos de la gestión de personas que, inevitablemente, cobran actualidad y pueden aplicarse a este desencuentro entre el astro del fútbol y el club catalán como empresa.

En la historia de la marcha de Messi nos encontramos con jefes incompetentes que sobreviven al verdadero talento de la compañía; con una prima donna (siempre difícil de gestionar) que da la espantada; con la inevitable rajada sobre la empresa y los jefes y las teorías acerca de cómo debemos salir de la organización; con el debate acerca de si un profesional de alto potencial es siempre imprescindible; con el eterno tema de ser feliz en el trabajo; e incluso con la duda de si deshacerse de una prima donna, lejos de ser perjudicial, puede resultar una bendición para una organización. Sin olvidar la cuestión de si conviene decirle a nuestro jefe que estamos buscando otro trabajo desde el que tenemos ahora. Aquí Messi no tendrá ningún problema para encontrar otro empleo.

Marcharse en condiciones
Nadie pone en duda ya que la forma de salir de una empresa es una cuestión que nunca se debe descuidar. Es ya un tópico que saber salir bien de una empresa o de un trabajo es mucho más difícil que saber entrar. La capacidad de influencia, el carisma o la autoridad que alguien pueda tener entre sus colegas, las habilidades y conocimientos que demuestre o la visibilidad fuera de la compañía, que le sitúan en una posición privilegiada en su organización no son nunca un argumento válido para irse de una organización con cajas destempladas o usando un burofax.

La consecuencia inmediata de irse mal es el primer impacto que provoca en nuestra marca personal y en las empresas a las que luego podríamos incorporarnos, así que hasta el último día hay que estar al cien por cien, y conviene marcharse incluso con gratitud.

Saber marcharse con elegancia es algo que se debe trabajar, porque la dificultad emocional que supone salir de una organización puede llevarnos a desahogarnos y hablar o criticar de más. La prudencia aconseja no hacer descalificaciones o denuncias como reacción. Quien habla mal de su anterior empresa no será considerado un candidato de confianza por futuras compañías. Esto recibe el nombre de ‘Síndrome de Coriolano’, un general romano del siglo V a.C. que traicionó a la República uniéndose a los volscos, a los que luego traicionó también para volver a Roma, y que murió asesinado por ellos. El síndrome consiste en ser desleal con tu institución; creerse en posesión de la verdad; no escuchar la opinión ajena; no adaptarse a nuevas realidades y al cambio que implican; o no aprender de la experiencia.

Ni siquiera Leo es imprescindible
Suele decirse que «rentabilidades pasadas no aseguran rentabilidades futuras», y eso sucede también en el mundo profesional: los éxitos pasados no garantizan triunfos profesionales venideros. En el caso de los profesionales de alto rendimiento o de las prima donna, ser una estrella laboral no garantiza el puesto indefinidamente. Incluso se da el caso de que algunas organizaciones prescinden de ciertos profesionales y esto supone una liberación más que un perjuicio. La presencia de ciertas prima donna puede resultar perjudicial para la gestión del equipo y en ocasiones es preferible dejarlas marchar.

Ansias de cambio
La intención de cambiar de trabajo o de marcharse no convierte a Messi (ni a nadie) en un bicho raro. Entre otras cosas, porque las ansias de cambio en la propia carrera no pueden considerarse un desdoro. Los expertos creen que entre los principales factores impulsores de esta ansia por irse está la relación con un jefe tóxico, el salario (no parece que sea el caso del astro argentino), las oportunidades de promoción y desarrollo de carrera, la imposibilidad de conciliar vida profesional y personal o la falta de reconocimiento dentro de la organización. Ser prisionero de un empleo, actividad o empresa que uno aborrece resulta insostenible, y lo sensato es diseñar la alianza con la compañía y valorar qué quiere y necesita para no estancarse y no caer en la frustración.

A esto se añade que en el mercado de trabajo actual ya no es posible aspirar a trabajar sólo en una o dos empresas durante toda nuestra carrera, y tampoco parece realista seguir usando las mismas capacidades y habilidades. El caso de Leo Messi se puede aplicar como metáfora a la reinvención de cualquier profesional que siga el consejo de cambiar radicalmente de carrera, de profesión, actividad, sector o trabajo para solucionar el déficit de capacidades adecuadas al mercado laboral, para encontrar un nuevo empleo o conseguir oportunidades laborales nunca vistas.

Además, resulta absurdo pensar que existe el puesto perfecto (o el equipo perfecto, en el caso de Messi), aunque los empleos se transforman y podemos llegar al trabajo que nos satisfaga finalmente.

El trabajo de nuestros sueños puede convertirse en una pesadilla, o al menos no ser tan ideal como imaginábamos. Una actividad aparentemente idílica como la de prima donna del fútbol en un club considerado entre los principales del mundo lleva incluida jefes y compañeros que pueden ser tóxicos, falta de reconocimiento, o imposibilidad de progresar o ascender (o de ganar una Champions). Todo esto, tan futbolístico, puede ser llevado a la vida de una empresa.

Cuidado con las expectativas
A Leo Messi habría que recordarle que, por malo que pueda ser Bartomeu, no existe el jefe modélico, el trabajo perfecto, o la empresa ideal.

Quizá haya puesto demasiadas esperanzas en otras organizaciones que venden otras ventajas y promesas que tal vez sean sólo escaparates de márketing.

Al idealizar las expectativas corremos el riesgo de diseñar nuestro puesto ideal haciéndonos una composición de lugar que dista mucho de la realidad. Y parece evidente que unas altas perspectivas sobre las circunstancias favorables de vida se asocian con una gran satisfacción vital. Si esperamos algo que resulta ser irreal seremos infelices, ya que poner ilusión en un trabajo y mantener las expectativas muy altas nos lleva a la frustración.

Puede ser que nos empeñemos demasiado en ese proceso de cambio, y por impaciencia o por improvisación no recabemos toda la información posible acerca de la compañía a la que nos queremos ir y que parece perfecta. Conviene analizar la organización a la que pretendemos llegar como si estuviéramos en una situación ideal de tener trabajo y de estar satisfechos, como si estuviéramos en la situación de no tener interés en la oferta a la que optamos. Lo peor es que la búsqueda y la decisión de marcharse esté condicionada por un estado de necesidad.

La respuesta ante el declive profesional
Si se pone el listón muy alto y se alcanzan objetivos extraordinarios, pasado un tiempo resultará mucho más difícil igualar la marca conseguida. Nadie puede vivir de las rentas eternamente, y menos aún en el ámbito profesional. Quien celebraba hace poco un triunfo profesional y unos excelentes resultados, pasado un tiempo acabará planteándose cuánto se puede estirar la época de grandes logros que le colocaron como profesional de alto rendimiento.

Cuando una empresa se da cuenta de que el gran profesional que lo fue todo está en horas bajas, resulta determinante ver cuál es su reacción. Lo ideal es trabajar en una compañía que trate con respeto la decadencia de aquellos que han tenido un alto rendimiento. Sería estupendo que su empresa fuera de las que cuidan a quienes han conseguido un plus de excelencia que otros no logran, porque las organizaciones que cuidan de sus profesionales exitosos en declive, aunque pueden hacerlo egoístamente, pensando en aquellos profesionales que vienen después, son las que triunfan en la difícil tarea de captar talento valioso y de alto rendimiento. Lo contrario es convertirse en una trituradora de talento cuando a éste le llega el declive.

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