El Despertar Económico y Social de África: Lecciones a retener del Modelo Económico de Singapur.

Por Leoncio Amada NZE NLANG; Presidente Ejecutivo de la Cámara Africana de Energía Zona CEMAC y CEO de Apex Industries.

Con 1.200 millones de habitantes y la población más joven del planeta, el continente africano tiene un gran potencial y mucho margen de mejora para convertirse en uno de los centros económicos más vibrantes a nivel mundial. Para lograrlo, el continente tendrá que emprender reformas estructurales profundas y dolorosas pero necesarias en su arquitectura socioeconómica si sueña con subir algún día a bordo del tren que le conduzca hacia el progreso y al desarrollo sostenible. En este sentido, el modelo de desarrollo de Singapur ofrece varias lecciones.

Singapur es un país relativamente joven, como muchos en África, pero es considerado hoy a nivel global como un ejemplo a seguir en términos de desarrollo económico sostenible. Erróneamente, muchos consideran al país como un milagro económico, nada más lejos de la realidad. El éxito de Singapur no es un hecho fortuito o un milagro, sino el fruto del esfuerzo, sacrificio y visión de hombres y mujeres con un gran sentido de Estado que decidieron trabajar hacia un objetivo común que no era otro que el de sacar a su país de la lista de los más pobres de Asia, y convertirlo en uno de los más ricos y prósperos del planeta.

Se puede argumentar que ningún país dio el salto de la pobreza del Tercer Mundo a la riqueza del mundo desarrollado tan rápida y completamente como lo hizo Singapur. En la década de 1960, Singapur era conocido por sus guaridas de opio, calles llenas de pandillas y tensiones raciales. Ahora es conocido por sus industrias de alta tecnología, estilo de vida cómodo y penetración de Internet de alta velocidad. Singapur surgió de ser un remanso tropical y se convirtió en una de las naciones más ricas de Asia en poco más de 30 años. El producto interno bruto per cápita aumentó de $ 516 en 1965 a $ 22,000 en 2004 a $ 50,123 en 2011 y de $ 66,000 en 2019, según las estadísticas gubernamentales.

Sorprende ver cómo un pequeño país de apenas 700 kilómetros cuadrados, con pocos recursos naturales y que hace no muchos años era prácticamente pobre se ha convertido en uno de los países más rico del mundo en apenas cinco décadas. A su accesión a la independencia, el ingreso per cápita del país era comparable entonces al de países como Ghana, Nigeria, kenya, etc. Las proyecciones del banco mundial y otras instituciones internacionales prevén que, en 2050 Singapur seguirá encabezando la lista de los países con mayor renta.

Cuando en 1959 Lee Kuan Yew se convirtió en primer ministro, la renta per cápita del país apenas alcanzaba los $500. Poco tiempo después se creó la Junta de Desarrollo Económico de Singapur para diseñar e implementar una serie de medidas económicas. Por aquel entonces, Lee Kuan Yew decidió apostar por el sector secundario, iniciando una próspera etapa de industrialización. El padre de la nación supo idear hace ahora seis décadas un plan maestro sobre lo que su país debía hacer para lograr convertirse en un lugar muy próspero dentro del sudeste asiático. El eje central de ese plan ha sido la libertad económica y una educación puntera.

Esta visión se vio recompensada en los años 70, al lograr atraer capital extranjero de compañías petroleras y convertirse en uno de los mayores centros de refinado de petróleo del mundo. En la actualidad, Singapur es uno de los líderes mundiales en multitud de industrias con un alto valor añadido, como es el caso de la industria petroquímica.

Si tuviéramos que explicar cuál es la clave de su éxito de la forma más breve posible, citaríamos los siguientes factores:

Aunque cada país es único y tiene una historia particular que contar (con sus virtudes y defectos), el caso de Singapur puede servir de ejemplo para los países africanos, en aras de emprender las reformas estructurales que sean capaces de crear un desarrollo económico y social que apunten al bienestar de las poblaciones; sobre todo cuando fue una nación pobre como la mayoría de las naciones africanas en el momento que logró su independencia, supo vivir en un territorio desfavorable e inhóspito y disponía de escasos recursos naturales.

El continente africano debe construir su propio paradigma y modelo económico basado en los valores del esfuerzo, la disciplina y el libre mercado. Esto requiere, ante todo, deshacerse del enfoque y la dependencia de las ayudas al desarrollo que fue adoptado desde la Segunda Guerra Mundial. Después de décadas de políticas fallidas, creemos que las ayudas son innecesarias, impiden que los gobiernos busquen sus propias soluciones y fomentan la pereza. Por lo tanto, lo mejor que pueden hacer los africanos es confiar en el mercado y en sus modelos de crecimiento. África debe romper su dependencia de la ayuda y trabajar en planes estratégicos que permitan a sus pueblos salir de la pobreza de una manera ordenada y sostenible mediante la promoción del espíritu empresarial y el libre mercado. La ayuda nunca ha sido un catalizador para salir de la pobreza y lograr el desarrollo económico en ningún país africano.

Deberían ser los propios africanos quienes tomen la iniciativa y se propongan el objetivo de crear economías con un alto contenido regional y nacional, ya que tienen suficientes recursos para lograr este objetivo estratégico. Es paradójico que los mismos países que explotan los recursos naturales del continente africano luego devuelvan una parte mínima de las ganancias en forma de ayuda. El problema, entonces, es el manejo inadecuado de los recursos y la incapacidad técnica para transformar los recursos naturales en bienes y servicios con valor agregado. Los africanos tienen que entender que no necesitan que otros construyan la casa para ellos, sino que aprendan cómo construirla ellos mismos. Ninguna ayuda es mala siempre y cuando que se haga de manera desinteresada y responsable.

En una economía globalizada donde los intereses estratégicos de los países y polos económicos más influyentes establecen la agenda, el control de los resortes económicos y el acceso a las fuentes de financiación se vuelven esenciales, como se demostró durante la crisis de Covid-19. En este sentido, es urgente que África asuma su responsabilidad y el control real de las instituciones políticas y económicas africanas.

En la Cumbre Extraordinaria de la UA celebrada en Niamey, Níger durante el mes de julio de 2019, el Consejo Ejecutivo adoptó el presupuesto de la UA para el año 2020 de unos 647.3 millones USD cuyo desglose es como sigue:

  1. 157,2 millones USD para financiar el presupuesto operativo de la Unión

  2. 216,9 millones USD se destinarán al presupuesto del programa. El presupuesto del programa será financiado en un 41% por los Estados miembros y el 59% por socios internacionales.

  3. 273,1 millones USD financiarán operaciones de apoyo a la paz. El presupuesto de las operaciones de apoyo a la paz será financiado por los Estados miembros en un 38%, mientras que el 61% será financiado por los socios internacionales.

Dada la estructura de financiación del presupuesto de la Unión Africana, es imposible que esta Institución sea eficaz y efectiva a la hora resolver asuntos estratégicos africanos cuando gran parte de su financiación depende de la buena voluntad de sus adversarios económicos y políticos en la arena global. Con esta estructura, resulta inimaginable que la UA pueda gestar políticas económicas y sociales a nivel continental que permitan a los países africanos posicionarse en la arena internacional para competir con otros polos económicos en igualdad de condiciones; pues los adversarios económicos (que no enemigos) de África cuyas donaciones depende la UA para financiar sus presupuestos jamás lo permitirían. Como reza el dicho popular “el que paga, manda”.

En el plano financiero, podemos citar la arquitectura accionarial del Banco Africano de Desarrollo (BAD), donde tenemos el 56,7% de poder de voto en manos de Estados Africanos y el 43,3% en manos de países no africanos. Con esta arquitectura, es imposible que el BAD pueda tener una agenda 100% pro-africana sin la interferencia e injerencia de intereses extra africanos; puesto que detentan un poder considerable de decisión dentro de la institución financiera con mas prestigio en el continente africano.

Las mismas asimetrías encontramos en las industrias extractivas a lo largo y ancho del continente africano. Tras mas de 7 décadas de explotación minera y petrolera, el continente sigue sin tener el control de dichos sectores estratégicos que constituyen la locomotora de muchas economías africanas. En efecto, los países africanos productores de petrolero, gas y de otras materias primas siguen dependiendo totalmente de la financiación y tecnología de empresas extranjeras de otros bloques económicos donde realmente se añade valor a los recursos naturales que se extrae y se exporta de África, sin que el continente participe necesariamente en los beneficios que se generan de estos recursos al otro lado del océano.

Grandes productores de otras regiones como Arabia Saudita, Catar, etc. … han entendido el juego y participan en toda la cadena de valor, desde la exploración, desarrollo, producción, refino y transporte hasta los mercados internacionales. Es en este sentido que seguimos abogando por la implementación responsable en el continente africano de políticas de Contenido Local en las industrias extractivas para asegurarse de que los recursos naturales africanos promuevan el desarrollo sostenible de nuestro continente.

África no puede vivir en la autarquía, necesitamos y debemos tener intercambios comerciales con el mundo exterior. Lo que ha de cambiar y mejorar es la manera en que dichos intercambios comerciales se están realizando hasta ahora para sean mas equilibrados y beneficien a los pueblos africanos dentro de la globalización en la que estamos inmersos. Para que esto sea posible, tenemos que conseguir que la iniciativa privada sea la que lleve las riendas de la actividad económica en todos los sectores, para ello, habrá que redoblar esfuerzos en los aspectos siguientes:

Singapur demuestra que el recurso más importante que tienen los países es su capital humano y que brindar educación de alta calidad genera prosperidad para todos, los retornos de la inversión y beneficios sociales son superiores a cualquier otra política. No obstante, sigue siendo una tarea pendiente para África y que es una recomendación usual de todos los organismos multilaterales para el continente, dado que persisten las dificultades en el acceso a la educación superior por parte de los sectores menos favorecidos, la baja calidad de los programas o carreras en las universidades e institutos tecnológicos, la desconexión entre los currículos y las competencias exigidas en el mercado laboral, así como el déficit en la financiación de las universidades públicas.

Singapur también sirve como espejo para contrarrestar la cultura de corrupción que prevalece en la mayoría de los países africanos. En Singapur, cualquier persona que use canales ilegales o promueva el mal uso de los recursos públicos es severamente castigada, lo que genera confianza y transparencia en cada uno de los procesos que el Gobierno lleva a cabo con terceros.

África aún está muy lejos del ejemplo de Singapur en estos aspectos, dada la inestabilidad en las normas legales para empresas y ciudadanos, muchas de las cuales son contraproducentes para el crecimiento económico y la generación de riqueza.

Otra lección que los países africanos pueden aprender de Singapur es la integración de la tecnología y la innovación para impulsar el crecimiento económico que sea sostenible en el tiempo, así como encontrar soluciones a los problemas urbanos. Es necesario consolidar sinergias productivas con bienes y servicios más sofisticados o, en su efecto, alentar otros tipos de sectores estratégicos donde el continente tiene un gran potencial para posicionarse en el escenario global cada vez más competitivo. Desafortunadamente, África sigue siendo un continente asistencialista y con una amplia resistencia al cambio frente a las nuevas tendencias que ya han sido asimiladas con éxito por otros polos económicos en los mercados mundiales.

A nivel continental, también existe una falta de un liderazgo que sea visionario e inspirador para construir una narrativa colectiva que logre reunir a todos los países y sectores económicos, más allá de las confrontaciones y discursos ideológicos.

Así como Singapur permitió la mezcla de razas para que más allá de su procedencia étnica o lingüística se vieran como personas de una nación, el continente africano debe aprovechar su multiculturalismo para alentar el desarrollo de sus habitantes que han sido excluidos de los beneficios y ventajas que la globalización trae consigo.

Si África logra tomar este camino, tal vez algún día podríamos estar a la altura del ejemplo de Singapur y ser reconocidos en todo el mundo, al igual que el modelo exitoso que llevó a la fama y la prosperidad al país asiático. Solo de esta manera podremos soñar con hablar sobre el «milagro o despertar africano» en un futuro no muy lejano.

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