¿Cuánto vale arriesgarse?

Sólo se logra el éxito cuando el empresario sea capaz de entender qué quieren los jefes, sus clientes, cómo lo quieren y cuándo lo quieren

«Muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir, otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar y muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro». W. Churchill.

En las pasadas semanas se ha vuelto a poner de manifiesto, por distintas vías, lo complicado que resulta ser empresario en este país. Más allá de las trabas burocráticas, que nos sitúan en el puesto 30 de los 190 que componen el índice Doing Business 2020 (y en el 97 en la facilidad para abrir un negocio, en el 55 en la obtención de electricidad y en el 80 en la de crédito), más allá de la fiscalidad que soportamos los individuos y las empresas (que nos sitúan en el puesto 27 de entre los 36 países de la OCDE recogidos en el International Tax Competitiveness Index de la Tax Foundation), existe una constante demonización de la figura del empresario, del emprendedor. Hasta ahora, estas declaraciones de minimización de la labor empresarial y de desprestigio del empresario individual estaban organizadas por grupos de extrema izquierda con poca capacidad real de decisión, limitándose a revolver el gallinero patrio. El problema es que, hoy, esas organizaciones están en el gobierno.

Viene esto por la última campaña instruida desde personas ligadas a Podemos contra los fundadores de Mercadona e Inditex. Amancio Ortega es ya un clásico de las iras de la izquierda, que no soporta que sea él quien decida donar parte de su dinero a hospitales públicos, y no la coacción derivada de un sistema confiscatorio. No llama la atención que, ante el éxito de Mercadona, le toque ahora el turno a su presidente, Juan Roig, a quien se acusó, de forma absolutamente maniquea, de tener un sueldo que multiplicaba el de sus empleados. Lo que parece que la izquierda no quiere comprender es que el riesgo tiene un precio, y que por cada Roig que sobresale son mil López los que fracasan. Y aunque sé, por experiencia, que es difícil lograr convencer a nadie de ideas preconcebidas basadas más en la magia que en los datos, no por ello voy a dejar de intentarlo.

Cambio del modelo de negocio
Mercadona nace en 1977 como supermercado de barrio, un negocio familiar como tantos que dan vida a nuestras ciudades. Cuatro años más tarde, unos 60 empleados trabajaban en los ocho locales que la “cadena” tenía abiertos entonces, y que ocupaban poco más de 300 metros cuadrados cada uno. Es entonces cuando los hijos del fundador se lo compran a su padre y cambian el modelo de negocio. Es importante considerar, aquí, el riesgo que asumieron los Roig al hacerse cargo del control de un negocio en el que podrían haber trabajado, tranquilamente, como tantos otros lo hacen del negocio desarrollado por sus padres.

La apuesta tecnológica ha sido siempre una de las claves en el desarrollo de Mercadona, y ya en 1982 se convierte en la primera tienda en España en incorporar el lector del código de barras a sus puntos de venta. Esta decisión supone un control muy superior de los stocks, pero sobre todo una disminución sustancial en el tiempo de facturación, lo que viene acompañado, inmediatamente, de una mayor rotación, un incremento de las ventas, y un aumento de las ventas por cajero, lo que permite ajustar los precios y mejorar el servicio al cliente. En esa búsqueda del mejor servicio hay que entender la inauguración del centro logístico de Riba-Roja de Turia en 1988, el primero en tener todos los procesos automatizados. De esta forma, el almacenamiento y la distribución pasan a ser más eficientes, lo que, de nuevo, redunda en un aumento de las ventas a precios menores.

Primera auditoría ética
Juan Roig y su mujer, Hortensia M. Herrero, se hacen con el control de la cadena en 1990, y dos años después Mercadona ya alcanza las 150 tiendas, con una plantilla de 10.000 empleados. A partir de ahí, el crecimiento es imparable. En 1999, Mercadona cuenta ya con una plantilla de 17.000 empleados, la mayor parte indefinidos; en 2001 alcanza el umbral de las 500 tiendas, para dos años después mostrar el camino de la responsabilidad social corporativa al incorporar la primera auditoría ética de España. La apertura de la milésima tienda llega en 2006, y la 1.500 llega ocho años más tarde. En 2015 son más de 75.000 las personas que la cadena emplea de forma directa. La barrera de los 21.000 millones de ingresos se rompe en 2017, y en 2019 sus 1.626 supermercados y 90.000 empleados, el 94% fijos y el 62% mujeres, elevaron la facturación hasta los 25.500 millones de euros.

La estructura salarial de la empresa va ligada a la fidelización del empleado; de acuerdo con su última memoria anual, disponible en descarga gratuita para todo el que quiera leerla en su página web, los empleados con menos de dos años de antigüedad cobran 1.338€ al mes, que suben a los 1.470€ al alcanzar los dos años, los 1.631€ a partir del tercero y los 1.811€ en el cuarto. Esto supone una cifra agregada mínima anual de 14.000 millones euros en sueldos y salarios.

A esta cifra, por supuesto, hay que añadirle las cuotas de la seguridad social, que en España suponen casi el 34% de los ingresos fiscales de la Hacienda Pública, mientras que la OCDE la media está casi ocho puntos por debajo. Las aportaciones de Mercadona a las arcas del Estado superaron los 1.585 millones de euros en 2019. Ese año, el 99% de la plantilla se repartió alrededor de 340 millones de euros en primas, equivalentes a unos dos meses de sueldo. Esta forma de implicar a los trabajadores en el logro de los objetivos, mediante la introducción de incentivos variables, puede considerarse una de las claves de la alta consideración del servicio que los usuarios tienen de la cadena de distribución. Alrededor de 5,4 millones de hogares compraron en Mercadona el año pasado, lo que da cuenta del éxito del modelo de negocio.

¿Cuál es el precio del riesgo? Tengamos en cuenta que cada inversión, cada nueva línea de productos, cada apertura o renovación de una tienda sólo tendrá éxito si el empresario es capaz de conectar con su cliente. El comercio, quiéranlo o no sus enemigos, nos define como especie. Y la libertad que ejercemos cada día al entrar o al no volver a entrar en una tienda es inherente al sistema de libre mercado. Sólo se logra el éxito cuando el empresario sea capaz de entender qué quieren los jefes, sus clientes, cómo lo quieren, cuándo lo quieren. Y cualquier otro modelo está abocado al fracaso, como demuestran los ejemplos que son tan cercanos a los detractores de Roig. El primer interesado en triunfar es el empresario, y debemos valorarlo como un éxito de todos. Dejémosle arriesgar, dejémosle crear riqueza, y dejémosle disfrutar de su éxito, del que nos beneficiamos todos.

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