Todo el mundo puede ser rico, solo es necesario trabajar duro y tener una actitud positiva ante los obstáculos que inevitablemente irán apareciendo. Tal es la premisa de uno de los grandes mitos del mundo moderno, el del ‘self-made man’ o el del hombre hecho a sí mismo, que tiene como ejemplos desde el multimillonario Aristóteles Onassis al exgobernador de California Arnold Schwarzenegger, sin olvidar muestras más cercanas como la del empresario textil Amancio Ortega.
Personas comunes que provienen de una condición humilde, de la pobreza incluso, que alcanzan la gloria profesional. Si ellos lo han logrado, ¿por qué no podemos conseguirlo el resto? Algunos tachan la idea del ‘self-made man’ como ingenua al justificar el éxito como una consecuencia exclusiva del esfuerzo, soslayando factores tan importantes como la suerte o los allegados que han estado apoyando incondicionalmente al individuo en su ascenso.
Pensamiento inocente o valor capital en una sociedad que aspira a la meritocracia, la curiosidad por la manera de pensar de estos hombres que han construido su porvenir existe por igual tanto entre los defensores como entre los detractores de semejante concepto de superhombre. Producto de la sociedad occidental directamente conectado con el sueño americano, cuando encontramos un ‘self-made man’ proveniente de una cultura tan singular como la china, el interés se acentúa más aún si cabe.
Una máquina no tiene corazón, una máquina no tiene alma, una máquina no tiene creencias
Es lo que ocurre con uno de los ejecutivos que se hallan constantemente en el punto de mira de la prensa internacional: Jack Ma, fundador y presidente del grupo Alibaba, el gigante asiático que es el competidor más directo de Amazon en el sector del comercio electrónico. Originario de una familia con escasos recursos, Ma suspendió en dos ocasiones su examen de ingreso a la universidad, desempeñando posteriormente decenas de empleos distintos. Se estima que su patrimonio ronda los 25.000 millones de euros. ¿Cómo ha conseguido amasar tamaña fortuna? Su visión de negocio y no vender sus empresas de manera precipitada son dos de las razones esenciales. En una reciente charla en el Global Business Forum organizado por el medio de noticias económicas Bloomberg, el empresario ofrece, sin embargo, una clave para el éxito mucho más sutil e imprescindible, en unos tiempos en los que las máquinas van a desempeñar buena parte de los trabajos que hoy ejercemos.
EQ contra IQ
Ante el incremento en la velocidad y la capacidad de cálculo de los ordenadores, las habilidades lógicas del ser humano pueden rivalizar cada vez menos con ellas. Psicólogos como el doctor Tomas Chamorro-Premuzic proponen por este motivo centrarnos, según vamos envejeciendo, en valores menos tangibles como la experiencia y la sabiduría derivada de ella: “Imagina que tienes que elegir entre un cirujano experimentado de 60 años que ha realizado miles de operaciones y una prometedora estrella de 26 años especialista en el mismo campo. O entre un joven y agudo piloto que ha efectuado 20 vuelos y otro de 55 años que ha realizado incontables travesías. La mayoría elegiría a los profesionales más antiguos y con más experiencia, y con razón”, expone en ‘Fast Company’.
Tenemos que enseñar a nuestros hijos a ser creativos. Este es el único modo en que podemos crear trabajo para ellos
Frente al IQ (coeficiente de inteligencia), se habla cada vez más de pontenciar el EQ (coeficiente de experiencia) como herramienta para solucionar los problemas del mundo real para los que una máquina no está todavía pertrechada. Es por eso que actividades como la lectura (tanto ensayo como ficción) y el desarrollo de las así llamadas ‘soft skills’ cobran ahora más relevancia que nunca frente a los puzles y ejercicios para mejorar el cociente intelectual.
El arma secreta para vencer a las máquinas
Jack Ma va, sin embargo, más allá y se atreve a dejar a un lado tanto el IQ como el EQ para hablar de lo que él ha denominado el LQ. ¿De qué se trata? “Del cociente afectivo que las máquinas nunca desarrollarán”, declara en el mencionado fórum. El ansia de justicia, la creatividad para solventar retos, la capacidad para empatizar con el resto y la sabiduría para saber responder de forma inteligente en cada ocasión forman parte de los valores de este ‘love quotient’.
“Una máquina no tiene corazón, una máquina no tiene alma, una máquina no tiene creencias. Los seres humanos tienen alma, creencias y valores. Somos creativos y demostramos que podemos controlar a las máquinas”, insiste. El problema, según él, está en que aún hoy se sigue educando a las personas para trabajar en áreas en las que no podremos ganar a las máquinas en el futuro: “Tenemos que enseñar a nuestros hijos a ser muy innovadores, muy creativos. Este es el único modo en que podremos crear trabajo para ellos”.
A diferencia de muchos politólogos, teóricos y grandes ejecutivos, Ma se muestra optimista sobre el porvenir del ser humano en un mundo donde la inteligencia artificial irá adquiriendo poco a poco más relevancia: “Los hombres deben tener más confianza en sí mismos”, concluye. “Ellos poseen la sabiduría de la que las máquinas carecen”.