Más recortes de producción para tratar de evitar que el desequilibrio entre oferta y demanda abarate el precio del crudo. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y una decena de socios externos, entre ellos Rusia, han acordado este viernes en Viena (Austria) redoblar su apuesta por una disminución en los bombeos. La decisión, que llega en plena salida a Bolsa de la estatal saudí Aramco —debutará la semana que viene en el mercado local—, implica una reducción de medio millón de barriles diarios (el 0,5% de la producción global) en el suministro de crudo para el primer trimestre de 2020. El petróleo lleva días respondiendo a la noticia, anticipada desde principios de semana —detalle de cifras al margen—, con fuertes subidas: en las tres últimas jornadas, el barril Brent, el de referencia en Europa, ha repuntado casi un 5% en tres sesiones. «Era», ha justificado el ministro ruso de Energía, Alexander Novak, «necesario para equilibrar el mercado».
El aumento de la producción estadounidense y canadiense explica buena parte del desequilibrio reciente en el mercado energético global. Ambos países norteamericanos, subidos respectivamente al carro de la fracturación hidráulica (fracking) y las arenas bituminosas, han duplicado sus bombeos en la última década. Una irrupción por la puerta grande en el Olimpo petrolero mundial con el que no ha dejado de arañar cuota de mercado a los países de la OPEP, que han visto erosionado su poder —hoy apenas suman el 40% de la producción mundial— y han ido redirigiendo sus operaciones hacia Asia, un área de baja producción. La noticia de que septiembre fue el primer mes en cuatro décadas en que Estados Unidos fue exportador neto de crudo dice mucho sobre un sector que ha dado un vuelco en unos pocos años. Ser exportador neto de petróleo significa que, con el crudo que produce, podría abastecer todo su mercado interior y aún le quedaría margen para vender a terceros países. En la práctica, sin embargo, los intercambios continúan.
Tanto para los miembros de la OPEP como para los 10 socios externos que se han sumado al pacto (la llamada OPEP+), el recorte en la oferta no sale gratis. Siendo, como son, economías muy dependientes de la exportación de crudo y derivados, una reducción en los bombeos supone también una merma tanto del crecimiento como de los ingresos públicos. Las primeras tensiones en el club han empezado a tener ya consecuencias: Ecuador, que volvió al seno del cartel en 2007 tras 15 años fuera, ha anunciado recientemente su salida a partir del 1 de enero. Su objetivo: lidiar con algo más de holgura con su particular crisis fiscal y tratar de revitalizar su PIB, que este año se anotará una expansión nula (del 0%).
En busca del reequilibrio perdido
En 2018 el mundo produjo un millón de barriles más de los que consumió —100,3 frente a 99,3—, según los datos del anuario estadístico de BP, un año en el que la economía global no ha dejado de perder fuelle arrastrado por las tensiones comerciales entre EE UU y China. Una brecha que equivale a la producción actual de dos naciones tradicionalmente petroleras como Libia o Argelia. La Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) espera que el mercado empiece a reequilibrarse este año, una senda que debería seguir en 2020, con la demanda excediendo la oferta y obligando a tirar de unos inventarios repletos tras una racha ya prolongada de bajos precios.
Muchos especialistas vinculan la decisión de la OPEP con un intento de Arabia Saudí por tratar de presionar los precios al alza asegurarse un tramo inicial de cotización de su petrolera estatal, Aramco, lo más tranquilo posible: a precios de venta más altos, argumentan, mayores serán sus ganancias. «El interés del príncipe heredero [Mohamed bin Salmán] es demostrar que el proceso completo [de salida a Bolsa] es un éxito. Su ministro de energía, Abdelaziz bin Salman, tiene el mandato de hacer crecer el precio del petróleo a corto plazo», apuntaba Ayham Kamel, de Eurasia, en un reciente informe para clientes. Otros, como Gonzalo Escribano, del Real Instituto Elcano, no ven una relación tan directa. «Cuanto más sube el precio, más tendrá que pagar la empresa al Estado saudí», aclara. «En la franja de entre 60 y 80 dólares todos están contentos». En esas está el cartel: el nuevo pacto puede ser suficientemente para ejercer de sostén sobre la cotización, pero ni mucho menos para disparar su precio a medio y largo plazo.