Cuando a finales de los años setenta un tal Martiniano Abaha Ele Ndoho comenzaba a deslumbrar y darse a conocer con sus primeros éxitos, Guinea Ecuatorial todavía era un lugar muy diferente al que conocemos hoy. Era una época difícil, y llena de incertidumbre; donde el experimento que es nuestra joven nación se tambaleaba incierta sobre su propio destino. Es en este contexto que la voz de un jovencísimo Maele surgió de la nada, abriéndose paso con una inusual furia, para contarnos historias basadas en experiencias a veces demasiado suyas, pero en cuyas metafóricas y enigmáticas letras cantadas a un vertiginoso ritmo podíamos vernos reflejados todos.
Mientras que la genialidad de Maele es fácilmente identificable en su música, su ritmo y su voz, el mensaje que trasladan sus canciones es para muchos el aspecto más destacable de su obra, digna de todo un trovador fang de esos del antaño. Sin embargo, somos muchos los guineanos que nos hemos perdido, intentando descifrar la complejidad y la profundidad de la temática cotidiana que este señor expone con brillantez y sencillez en sus canciones: el amor, la familia, la sociedad, las amistades, las costumbres, la política, la conservación del medio ambiente, la moralidad, etc.
Y, aunque hayan pasado tantos años, ese mensaje de Maele sigue vigente, más vivo y necesario que nunca; confirmando la condición de visionario que muchos le han atribuido. Por ejemplo, con su «Dónde Vas Guinea», se enorgullece de los pueblos que conforman nuestra nación, pero advierte sobre la posibilidad de tropezar cuando se va con tanta prisa. En otro clásico, «Vema, Vema» (Solamente Yo) critica duramente el egoísmo y la falta de solidaridad del guineano con el prójimo, mientras que en «Otong» (Riachuelo), utiliza la metáfora de cerdos chapoteando en un riachuelo, para advertirnos de la necesidad de cuidar y preservar nuestro país y sus recursos, y no solo los naturales, sino también a nuestros niños, nuestras mujeres, nuestra juventud, y nuestros mayores. En «Aneya, Aneya» al ritmo de bikutsi, desenmascara a esos falsos amigos que se acercan a uno para cuestionarle, manipularle y traicionarle.
Por muchos años, Maele vivió como inmigrante, una situación difícil que reflejó magistralmente en una de sus canciones más populares Tsi Mitangan, (el País de los Blancos), donde cuenta las peripecias que uno tiene que pasar para sobrevivir en una tierra lejana (la España de los 90), donde uno es constantemente juzgado por “el color de su piel”. Muchos guineanos se sintieron y se siguen sintiendo identificados en esta canción. La nostalgia de esta época lejos de su país está bien fulgurada también en la fresca y desenfadada «Kalara» (Carta) que recibió de su gran amigo Agustín. Así mismo, en Bata evoca la geografía de su ciudad favorita: Ekobenam, Moganda, Nfefésala…, donde pasó gran parte de su juventud y a la que regresó muchos años después, pero ya como estrella consagrada.
Otra línea de su temática es la familia, en ella nos acercó un poco más a su entorno más personal. ¿Quién no recuerda, sino la gran celebración del nacimiento, a finales de 1986, de una preciosa niña a la que habría de llamar Chabeli? ¿Quién no se acuerda de las súplicas a su hermano Saturnino de apartarse de las calles, y cuidarse de esos amigos que solo se acordaban de él cuando tenía dinero? ¿O de Papuchi? ¿Quién no tiene un primo aprovechado, descarado, desobediente y desagradecido como Papuchi? Por otro lado, está la «tía Bernardita» a la que dedicó una preciosa balada en el álbum Saturnino (1991), agradeciéndole los cuidados y el amor desinteresado que recibió de ella. Incluyo al protagonista de “Omumong” en este apartado familiar, aun sin tener muy claro si el Maestro se inspiró en su propia infancia o si estaba hablando en general de la experiencia de cualquier niño fang en una aldea fang de la época. Fuera como fuera, esta, como otras tantas cuestiones, nunca las aclaró, dejándolo libre a la interpretación de cada cual.
Mucho antes de que el empoderamiento de la mujer estuviese en la agenda social, Maele ya lo reclamaba ofreciendo consejos gratuitos a la sociedad sobre la importancia de que las jovencitas estuviesen cuidadas por la misma sociedad. (Un buen consejo vale mucho dinero, pero todos preferimos el dinero) «Chica Ane Mbeng» (La Chica es Bonita) es quizá el tema que mejor explora este aspecto. Aunque pueda parecer superficial y obscena, pero basta con prestar un poco más de atención, para entender que en verdad advierte sobre la condición marchita de la belleza, la moderación contra el deseo carnal y ambición desmedida por escalar social y económicamente. Se trata de una canción muy profunda, de sus más populares y otra cosa que la hace única es que es una de las pocas (si no la única) en la que comparte protagonismo con otros artistas. En este caso, enlista a Hilarion Nguema, el maestro gabonés, y a “muadjang Georges Sebba», de Camerún. El resultado es brutal, un trio de excelentes artistas fang de África Central.
Por último, exploremos la dimensión sentimental de la música de este negro original, que como buen bantú, estuvo marcada por la existencia de varias mujeres. «Onga Doug Ma» es su canción romántica por excelencia y merece ser analizada y comentada en las escuelas. Es un dúo con una mujer (cuya identidad me gustaría conocer), donde discuten sobre la responsabilidad del fracaso, o más bien del no-comienzo de una relación que se anticipaba intensa: «Habíamos quedado a las 22 horas 30 minutos, acudí a mi cita con la más grande ilusión…”
«Abom; Awom Bindegle; Andem Ela; Onga Doug Ma, Nguan Bilop-lop, Te Necesito Para vivir, Abrásame» entre otras, son todas canciones de amor que exploran sus relaciones de pareja desde diferentes ángulos y perspectivas y evocan sentimientos y situaciones –que como decía antes-, con las que podemos identificarnos todos, (pero no cantar así de bien); cada una de ellas es un mundo y no hay espacio suficiente aquí para profundizar.
De allí que hayamos osado emprender la producción de una obra recopilatoria de aproximación a la interpretación de algunas de sus canciones más populares; aún siendo conscientes de la dificultad que encierra tal ejercicio frente al uso recurrente y magistral de la parábola y la alegoría que francamente son difíciles de escribir en fang y aún más, de trasladar al castellano (la lengua de Cervantes se queda corta y limitada ante la complejidad del idioma de Maele). El objetivo es acercar esta magnifica obra, tanto a los muchos guineanos que ni son ni entienden fang, como a los que siéndolo, estamos limitados en su comprensión.
Esa obra debe ser entendida como un intento por preservar la memoria y proteger el legado artístico de Maele frente a la inexorable amenaza del paso del tiempo, y la condena del olvido. Aunque su obra fue principalmente en fang, él ha sido y sigue siendo ante todo un símbolo de todos los ecuatoguineanos, –el más internacional de hecho– en una época en la que destacar y alcanzar la fama suponía una tarea mucho más ardua que en el panorama actual dominado por las redes sociales, la comunicación instantánea y las viralizaciones.
Repasar la discografía de Maele implica recorrer nuestra propia historia exponiéndonos a una ineludible aura de melancolía, forzándonos a reconocer por un lado las decenas de dificultades (awom bindegle) que hemos superado como Pueblo, pero aceptando también lo mucho que queda por hacer juntos. Olvidar su obra sería como dejar morir una parte de nosotros mismos, como ignorar quienes somos y de dónde venimos; y si así fuera, estaríamos condenados a vagar sin rumbo y sin identidad dentro del concierto de las demás naciones, víctimas de nuestra propia ignorancia, de nuestra propia negligencia, de nuestra propia soberbia.
Así pues, invitamos a todos los ecuatoguineanos dentro de nuestra gran diversidad cultural a descubrir (o redescubrir) la obra de Maele, el artista y pedirles que por favor no le olviden, ni a él, ni a su música. Se lo debemos, pero sobre todo, nos lo debemos a nosotros mismos.
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