Descalza, con un colorido vestido remangado y el peso de las semillas en una bolsa, se mete en el arrozal hasta las pantorrillas, coge un puñado de granos, gira de un lado la cintura, deja caer un hombro y los lanza en horizontal al agua, con suavidad, cediendo a cada uno de ellos su espacio para que se pose allá donde caiga. Anda con parsimonia para no resbalar y sale a la superficie. Ahora hay que esperar a que crezca. “Hace falta paciencia y muchos conocimientos. No se puede plantar y obtener los resultados rápido, ni es fácil. Pero esto nos permite también ser autónomas respecto a los hombres y alimentar, educar y mantener sana a la familia”, dice convencida en su terreno de 32 hectáreas la agricultora Ndeye Gaye. Tiene su plantación en Ross Bethio, en el valle del río Senegal, en la región de Saint Louis, donde las mujeres participan de un sprint de arroz senegalés sin precedentes que ha provocado que su producción nacional, que fue de 469.648 toneladas en 2012, aumentara a 1.132.795 toneladas en 2018, según datos del ministerio de Agricultura de Senegal.
“Aquí consumimos muchísimo arroz, por eso vi que tenía que volcarme en esto. (…) Y para no tener dependencia del exterior, para que se consuma el senegalés primero”, dice Korka Diaw, otra de las reconocidas productoras de la zona, que cuenta que comenzó con un huerto de una hectárea y media en 1991 y ahora gestiona 150 hectáreas de arroz y 30 de horticultura. Elceebujën, el tradicional plato senegalés de pescado, se cocina con arroz; el típico yassa poule, elaborado con especias, pollo y cebolla suele ir acompañado de arroz; y así, decenas de recetas requieren esta fuente de hidratos, proteínas y vitaminas. “Más del 54% del cereal consumido en Senegal es arroz y con la producción local cubrimos ahora el 30% aproximadamente, todavía hay que importar cerca de un 60%, sobre todo de Tailandia y Vietnam”, resume Amadou Abdoulaye Fall, director del Instituto Senegalés de Investigación Agrícola (ISRA), con sede en la ciudad de Saint Louis.
Este producto existía en el pasado en la zona sur del país, pero su consumo se ha multiplicado desde que durante la colonización los franceses lo introdujeran por la costa de Saint Louis, en el norte, impulsados por sus relaciones comerciales con Indochina. Ahora, los senegaleses toman una media de 78 kilos de arroz al año por habitante, según datos del ministerio de Comercio, que en su plataforma de trabajo que recoge Las maneras de mejorar la comercialización del arroz senegalés indica el aprovisionamiento de las estructuras del Estado a partir de la producción local, la regularización de las importaciones en función de la demanda estimada o la detención de la importación de arroz entero. «Este mecanismo obliga a los importadores a comprar una cuota de arroz local hasta y para adquirirlo desde el extranjero deberán tener autorizaciones con cantidades determinadas. (…) Y a los productores a ofrecer arroz certificado de acuerdo con los términos de los precios acordados por las partes a través de bancos afiliados», se lee en el documento de la plataforma. Esta temporada, el kilo del producto local cuesta alrededor de 400 francos CFA (60 céntimos de euro) y el asiático el equivalente a 40 céntimos.
El ministerio de Agricultura lidera el Programa Nacional de Autosuficiencia del Arroz (PNAR) desde 2015. “El objetivo es fortalecer la promoción y el desarrollo del sector local del arroz mediante el aumento del territorio, la modernización de medios y métodos de producción y transformación, y la profesionalización de sus actores para mejorar la seguridad alimentaria y contribuir así a la lucha contra la pobreza”, informa el departamento en un país con 15,8 millones de habitantes que registra 1,7 millones de personas subalimentadas (cuyo consumo habitual de alimentos es insuficiente para proporcionarle la cantidad de energía alimentaria necesaria para llevar una vida normal, activa y sana).
La directora de ONU Mujeres visitó el pasado verano a las agricultoras de la zona norte de la región de Saint Louis, donde destacó que ellas representan hasta el 70% de la fuerza laboral del país y producen en más del 80% de los cultivos.
El ministerio cuenta también con el Programa de aceleración de la Agricultura Senegalesa (Pracas) que incluye medidas que benefician al sector rural en ayudas a la gestión y obtención de agua, de semillas, de fertilizantes y de tecnología. “Nos hemos convertido en millonarios en términos de producción de arroz en los últimos años, lo que es un récord desde la independencia. El sector privado ha invertido fuertemente en el procesamiento, que ha permitido tener un arroz de calidad que cumpla con los requisitos de los consumidores”, considera el exministro de Agricultura y de equipamiento rural Papa Abdoulaye Seck.
Adoulaye apunta que en el valle del río Senegal, donde trabajan Gaye y Diaw, se cultiva cerca del 65% de la producción total en el país. Ellas, como demuestran en sus terrenos, no paran de trabajar y señalan la ayuda del Estado para maquinaria, bombas de agua, sistemas de riego y formación, entre otras medidas. Diaw, en cuyo despacho cuelgan numerosos premios y reconocimientos por su labor emprendedora, gestiona tareas para una decena de hombres en el almacén de su empresa. Uno intenta arreglar maquinaria pesada, otro carga los sacos de arroz en una carretilla y se lanza a la carretera, otro sale con una furgoneta. Dependiendo de la temporada puede contar hasta con cerca de 100 empleados y además participa en una red de mujeres agricultoras donde comparten el conocimiento, experiencias e inversiones, como Gaye, que también es presidenta de una unión de productoras en su localidad.
“La revolución de la agricultura en África está liderada por mujeres”, considera Coumba Sow, la coordinadora de la oficina para la resiliencia en África Occidental y el Sahel de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), agencia que ha facilitado la logística de este reportaje. La directora de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, visitó el pasado verano a las lideresas del sector del arroz en esta zona de Senegal, donde puso en valor que las agricultoras representan hasta el 70% de la fuerza laboral del país y producen en más del 80% de los cultivos, según los datos de la agencia, que cuenta con un proyecto para crear puestos de venta y distribución de arroz en Dakar, la capital, e imparte formación financiera a las mujeres.
Con una pala a la espalda, el empleado Alassane Mbodji, supervisa que no se deslinden las parcelas de la cosecha de arroz de Diaw, una de las tareas más complicadas, según cuenta. “Hay que estar pendientes del agua, evitar los desbordamientos, que se respeten sus dimensiones”, apunta este agricultor de 25 años que duerme durante la temporada seca en una cabaña entre los cultivos. “En mi pueblo, Ndiaténe, apenas hay tierra en la que cosechar y en este trabajo hay futuro, me gusta y lo conozco bien”, señala a sus 25 años este padre de dos hijos.
La atracción de la juventud al campo es uno de los grandes desafíos mundiales. “La agricultura es amplia y hace falta formación e investigación para ponerla al servicio de la comunidad. Aquí los estudiantes tienen muy buen nivel, aunque necesitamos cooperar con otras instituciones para que compartan sus equipos con nosotros, estamos muy limitados”, señala Pape Mediallache, director de la Facultad de Agricultura de la Universidad Gaston Berger, donde se puede estudiar Agroecología, Gestión y prevención del riesgo de la seguridad alimentaria o Ciencias agronómicas, acuacultura y Tecnologías Alimentarias, ámbito en el que aumenta la presencia femenina. En 2011 había un 34% de alumnas en esta rama, y en 2017 ha ascendido hasta un 42%, informa la institución.
El reto de animar a la juventud a que trabaje en el campo y evitar migraciones forzadas se suma a las consecuencias que tiene el acaparamiento de tierras en el continente; la dificultad de acceso al territorio, antes más complejo para las mujeres; a la insuficiente inversión en tecnología e innovación y a los incontrolables efectos del cambio climático, que en la zona del Sahel se ceba con la degradación de la tierra, la deforestación y la escasez de agua. Elementos que generan una incertidumbre desconcertante en el sector, como la provocada por las lluvias erráticas, que pueden colmatar el suelo en apenas horas y erosionarlo.
Esta región apenas es causante del calentamiento global, sin embargo, sus consecuencias repercuten sobre la población de forma desproporcionada, lo que les hace ver que su desarrollo, más necesario que en otras latitudes, debe generarse de forma sostenible. “El cambio climático reduce la productividad de la mayoría de los sistemas alimentarios y compromete los medios de vida de las personas que ya son vulnerables a la inseguridad alimentaria”, declara el exministro de Agricultura, que detalla las variedades de semillas que se han desarrollado estos años para ser resistentes a la crisis del clima, denominadas de ciclo corto, de tierras bajas y resistentes a la sal. “Su rendimiento ha sido mejorado y se ha adaptado a varios ecosistemas”, señala Seck.
En el laboratorio de Centro Africano del Arroz, también con una sede en Saint Louis, decenas de botes con distintos tipos de granos de arroz se disponen en una estantería y en cuencos que llevan los nombres de las variedades como Sahel o Nerica, que significa New Rice for Africa (Nuevo arroz para África). “En 2015, se homologaron 15 variedades distintas de arroz, todas naturales, ninguna genéticamente modificada”, explica Abdoulaye.
“Es realmente increíble ver los cambios que hemos vivido. No solo en la cantidad, sino en la calidad del producto. Al principio la gente se quejaba porque no estaba bien empaquetado, no le gustaba el aroma, tenía piedras… también había más plagas, pero todo se ha ido mejorando”, señala Karim Traoré, investigador del Centro Africano de Arroz. Mariama Drame, directora general de la Agencia Nacional del Consejo Agrícola y Rural (Ancar), indica la relevancia de mejorar la cadena de valor y la mecanización para la diversificación del trabajo, que beneficia también a las mujeres. “La transformación de los productos también es una oportunidad para ellas. Es importante reforzar su capacidad para ser competitivas. El valle del río Senegal las mujeres trabajan muy fuerte”, indica Drame.
“Si le tuviera que decir a una joven que se dedicara a la agricultura le diría que es muy difícil, que hay que saber muchísimas cosas de higiene, de productos… que es duro y hace falta paciencia, que no puedes plantar y obtener de inmediato, pero a cambio te ganas tú tu propia vida”, concluye frente a su terreno Ndeye Gaye, que cuenta que ha intentado en dos ocasiones dedicar un espacio a la producción ecológica y que tiene previstas cinco hectáreas para ello. Diaw también tiene una parcela para promover el cultivo más sostenible. “De momento es un problema, no genera demasiados ingresos, pero voy a seguir intentándolo, hay que encontrar la manera de que sea rentable y también hace falta sensibilizar a la población, cambiar la mentalidad, porque es mejor para nuestra salud”, asume Gaye convencida y dispuesta a seguir avanzando y arriesgando, paso a paso, sin resbalar, en el cultivo de arroz.