1. Hay mucho trapo sucio y salseo en sus casi 25 años de carrera
Anelka el incomprendido arranca con un montón de bustos parlantes hablando sobre el delantero con la mecha más corta del fútbol francés. Todas parecen coincidir en que aquel joven prodigio que surgió del extrarradio parisino a mediados de los noventa se ha convertido, por derecho propio, en una leyenda. En alguien más grande que la vida. Aunque no siempre por razones relacionadas necesariamente con su rendimiento deportivo: esa injustificable actitud de divo durante sus días en el Real Madrid, la huelga de jugadores de 2010 y aquel infame saludo quenelle (considerado antisemita en su país de origen) con el que celebró un gol en 2013 son hechos que lo acompañarán siempre. Y el documental no los evita, ni mucho menos.
2. El protagonista tiene una oportunidad de explicarse
Cuando compañeros y sin embargo amigos como Thierry Henry o Didier Drogba terminan de presentar su versión de los hechos, Nicolas Anelka en persona se sienta frente al objetivo del director francés Franck Nataf para contar su versión de los hechos. Cada espectador debe decidir si las autojustificaciones que va disparando a velocidad de arma semiautomática le convencen, pero Anelka el incomprendido hace un trabajo correcto a la hora de presentar a su objeto de estudio como un hombre poliédrico, capaz de lo mejor (sus gestas en el campo) y lo peor (aún sigue sosteniendo que su gesto racista de hace siete años era solo un homenaje a un popular cómico francés). Lo más común es que acabes de verlo y sigas pensando que el tipo es, para bien y para mal, un enigma. Nunca sabes por dónde puede salir, pero es probable que él mismo tampoco.
3. Es un cautionary tale sobre los peligros de acceder a la cima demasiado temprano
En Las Noticias del Guiñol, añorado programa satírico del también añorado Canal+, Anelka solía ser presentado jugando a la PlayStation cuando debería haber estado entrenando. Por supuesto, le hacía más caso a la consola que a las preguntas del presentador. Su temporada en el Madrid (la 1999-2000, concretamente) es considerada por la afición como fruto de uno de los fichajes más espectacularmente fallidos que se recuerdan, pero el documental sugiere una interpretación más empática: a cualquiera de nosotros se le habría subido a la cabeza. Anelka era entonces un joven prodigio que había pasado por el PSG y el Arsenal antes de que el Real Madrid pagase una millonada por él. Todo el mundo lo consideraba más divino que humano en aquellos momentos. Nadie se paró a pensar si era lo suficientemente maduro como para afrontarlo.
4. Los fragmentos de su vida en Dubai son increíbles, pero quizá por las razones equivocadas
Pese a que Anelka el incomprendido insiste en que el astro mantiene ahora un perfil bajo en Emiratos Árabes Unidos, lo cierto es que las imágenes cuentan un relato bien distinto. Tampoco cuela el perfil de padrazo que quiere mostrar, no cuando vemos las broncas que le echa a su hijo por no entrar al máximo nivel posible. Digamos que tener a una polémica estrella del fútbol en la familia no siempre es positivo.
5. Sirve para reflexionar sobre nuestra atracción natural por las celebridades controvertidas
Al final, la gran pregunta que nos deja este estreno de Netflix es: ¿por qué? ¿Por qué hemos perdido más de una hora y media de nuestras vidas escuchando lo que Anelka tiene que decir sobre los altos, los bajos y los muy bajos de su carrera, si seguramente muchos de nosotros llevábamos años sin pensar en él? La respuesta es tan sencilla como preocupante: porque el sensacionalismo y los personajes considerados políticamente incorrectos venden. Nadie quiere ver la hagiografía de una bellísima persona. Esa gente nos resulta aburrida.
6. The Last Dance nos dejó con ganas de más repasos críticos a toda una carrera
Anelka no hace nada que Michael Jordan no hubiese hecho mejor antes en su miniserie documental. Quizá esto solo sea una pequeña muestra de lo que se avecina: un futuro donde todos los jugadores más o menos relevantes de todos los deportes que nos podamos imaginar querrán tener su propio The Last Dance. Quizá entonces no replanteemos nuestros niveles de tolerancia con el formato…