En un rincón remoto de la selva africana, vivía un gorila muy sabio llamado Koko, conocido entre los animales por su inteligencia y su profundo sentido del orden. Durante años, y en la distancia, había observado a los estudiantes de la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial (UNGE), maravillándose por su alta capacidad de formarse, llevar buenos trajes, viajar, tener coches de lujo, construir buenos patios, etc. Pero, perplejo por el caos que reinaba en las calles de su sociedad, pues los mercados se habían convertido en campos de disputas, los conductores ignoraban las señales de tráfico y los vecinos se acusaban constantemente por la basura que invadía las aceras, Koko pensó que era hora y decidió intervenir.
“Si los estudiantes de la UNGE pueden aprender a ser buenos médicos, abogados, economistas, sociólogos, periodistas etc., también pueden aprender perfectamente el civismo que parece faltarles”, pensó.
Por esta idea Koko dejó la selva y llegó a la ciudad de Malabo. Allí propuso un plan audaz: enseñar a los estudiantes de la UNGE a vivir en armonía gracias a la educación cívica y social. Los humanos, intrigados por este gorila parlante, le invitaron a liderar una serie de clases en sus aulas del campus central de la UNGE.
La lección de Koko
En su primera clase, Koko habló con autoridad delante de todos los decanos y estudiantes en la UNGE:
—La educación cívico y social no es un conjunto de reglas rígidas, sino el alma de una sociedad justa. Sin ella, las calles se llenan de gritos, los vecinos se convierten en enemigos, y la convivencia se desmorona como un puente sin pilares.
Los alumnos de la UNGE parecieron entender al principio, asintiendo con admiración. Pero no pasó mucho tiempo antes de que muchos abandonaran las aulas. “¿Por qué necesitamos escuchar a un gorila hablando de civismo en nuestra universidad?”, decían algunos. “Ya sabemos cómo comportarnos, no necesitamos más lecciones”, afirmaban otros cuantos.
Con las aulas cada vez más vacías, las palabras de Koko quedaron flotando en el aire como ecos sin respuesta.
El dilema de Koko
Koko, desconcertado, salió al centro de Malabo y observó el caos. “¿Cómo puede una sociedad prosperar sin respeto mutuo?”, se preguntaba a viva voz. La selva, donde cada animal sabía cuál es su lugar y sus responsabilidades, parecía ahora un modelo de orden comparado con este desorden humano.
En medio de su reflexión, una joven estudiante, llamada Natalia, se acercó.
—Profesor Koko, muchos creen que la educación cívica no tiene valor porque no produce dinero inmediato, prestigio ni mucho menos un cargo social. ¿Qué podemos hacer para demostrar su importancia?
El gorila suspiró profundamente antes de responder:
—Cuando una sociedad ignora la educación cívica y social, no solo pierde sus valores, pierde también su alma y su identidad. Pero, dime: ¿dónde podemos prestar el respeto, la solidaridad o la responsabilidad? Estos valores ni se compran ni se prestan, se cultivan.
Natalia asintió, pero planteó otra duda:
—¿Y a quién debemos culpar por las aulas vacías de la UNGE y las calles caóticas de nuestro pueblo?
Koko miró a su alrededor y dijo:
—Es fácil culpar, pero lamentablemente no resuelve nada. Tanto los gobernantes que no valoran la educación cívica, los maestros que no inspiran y los ciudadanos que eligen ignorar su importancia, todos somos responsables. Sin embargo, la verdadera pregunta no debería ser quién tiene la culpa, sino quién está dispuesto a cambiarlo.
Natalia con Koko
Con el tiempo, Natalia y unos pocos estudiantes de diferentes Facultades decidieron regresar a las aulas de la UNGE, donde seguía enseñando el profesor Koko, con el fin de llevar estas enseñanzas a las calles. Aunque la mayoría de ellos seguían inmersos en el caos, Koko continuó su labor, convencido de que incluso una chispa de civismo en el aula podría iluminar toda la comunidad.
Al final, concluyó el gorila sabio:
—“El civismo es como el agua en un pozo. Si lo descuidamos, el pozo se seca, y con él, nuestra humanidad”.
Moraleja:
La educación cívica y social no es un lujo, sino la base de una sociedad equilibrada. Ignorarla conduce al desorden y a la pérdida de valores fundamentales. Cuando las aulas se vacían y las calles se vuelven caóticas, el cambio debería empezar por aquellos que aún están dispuestos a aprender y enseñar lo aprendido.
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