La erupción volcánica de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma, nos ha recordado que las entrañas de nuestro planeta están muy activas y que el poder de destrucción que tiene la propia naturaleza es implacable y descomunal. A pesar de todo, lo que estamos viendo estos días en Canarias es fruto de un pequeño volcán, minúsculo si se compara con otros episodios que ocurren en el mundo e insignificante en toda la historia geológica de la Tierra. Los supervolcanes han provocado cataclismos inimaginables, hasta el punto de cambiar el clima del planeta y ser considerados como probable origen de algunas de las grandes extinciones masivas de especies.
¿Qué volcanes entran en esa selecta categoría como ‘megadestructores’? ¿Cuándo podrían entrar en erupción? ¿Qué consecuencias tendrían? En realidad, ninguna de estas preguntas tiene respuestas precisas aunque los geólogos se afanan por encontrarlas. Al igual que la erupción de La Palma vino precedida de terremotos, deformaciones del terreno y emisiones de gases; es de suponer que un gran volcán daría ese tipo de señales con bastante intensidad y mucha antelación, pero en realidad nadie lo sabe con certeza.
Incluso la definición de supervolcán es controvertida y los expertos no se ponen de acuerdo. De hecho, el término no procede de la investigación científica, sino más bien de la divulgación y se popularizó con la película de la BBC ‘Supervolcano’, un docudrama producido en 2004 que imagina lo que pasaría si entrase en erupción la Caldera de Yellowstone, ubicada en el famoso parque nacional del noroeste de EEUU que lleva el mismo nombre. Como su denominación indica, ser un supervolcán o no serlo una cuestión de tamaño, pero ¿cuál es el volumen que tiene que alcanzar una erupción para entrar en esa categoría? Para algunos, sería suficiente con los 200 kilómetros cúbicos de magma que expulsó el italiano Campi Flegrei hace 40.000 años. Para otros, tendría que superar los 1.000 kilómetros cúbicos. No hay consenso.
Además, otra característica de estos gigantes es que están asociados a calderas de colapso en estratovolcanes; es decir, un tipo de volcán cónico y de gran altura, como el Teide. En el caso del volcán de La Palma el magma sale por un lugar imprevisto y seguramente la siguiente erupción se produzca en otro punto. Sin embargo, los estratovolcanes repiten las erupciones en el mismo edificio volcánico, como también ocurre con el Etna o el Vesubio. «Tienen una cámara magmática estable, siempre está ahí. Se llena, entra en erupción, se vacía un poco y se vuelve a llenar», explica a Teknautas Joan Martí, director del Instituto de Geociencias Barcelona del CSIC y experto en supervolcanes. Sin embargo, «a veces esa estructura colapsa y todo el edificio volcánico se hunde dentro de la cámara. Eso empuja al magma y genera grandes erupciones. Como consecuencia, se forma una gran depresión que es la caldera volcánica». En el caso del Teide, es la caldera de Las Cañadas, resultado de diversos episodios de colapso, según una investigación que publicó este vulcanólogo hace dos años en revista la revista ‘Earth-Sciences Reviews’.
¿Es el Teide un supervolcán? ¿Cuántos hay? «En realidad, se podrían contar por miles los supervolcanes en toda la historia geológica del planeta. La cuestión es cuántos se podrían considerar activos hoy en día, porque la caldera se forma una vez, pero después puede seguir habiendo vulcanismo, con erupciones más pequeñas. Las Cañadas está ahí, pero la de Campi Flegrei, que también está muy cerca de nosotros, es más activa», comenta en referencia a una estructura volcánica que está junto a Nápoles, muy cerca de otro volcán muy famoso, el Vesubio, y sumergida en el mar en su mayor parte. Algunos estudios indican que este supervolcán está evolucionando hacia condiciones cada vez más favorables a la erupción y que tendría un efecto devastador de gran alcance. Aun así, «no estamos hablando de grandes supervolcanes», comenta Martí. Mientras que la caldera del Teide tendría entre 10 y 16 kilómetros de diámetro, algunas pueden llegar a los 100 kilómetros y «estas son las que se asocian con cambios climáticos y extinciones en masa», afirma el experto.
Las novedades de un supervolcán de Sumatra
Precisamente, un reciente artículo publicado en ‘Communications Earth & Environment’, revista del grupo ‘Nature’ analiza el supervolcán Toba, en Sumatra (Indonesia), ofreciendo una nueva perspectiva para estas investigaciones. Científicos de la Universidad de Curtin (Perth, Australia) llegan a la conclusión de que estos gigantes permanecen activos y peligrosos durante miles de años después de una gran erupción, un hallazgo que debería hacernos repensar en cómo predecir estos eventos catastróficos. El intervalo entre una erupción y otra es de decenas de miles de años, pero no está claro qué sucede entre ellas.
Los autores del estudio analizaron el magma que quedó después de una gran erupción de Toba hace 75.000 años. De hecho, fue un evento muy importante para el planeta y para nuestra especie, ya que algunas teorías indican que los humanos estuvimos a punto de extinguirnos porque la cantidad de materiales expulsados a la atmósfera del planeta impidió durante años que entrase la luz del sol, con un desplome de las temperaturas de unos 15 º C en las zonas templadas. Ahora, analizando los minerales feldespato y circón, que los geólogos utilizan como registros de tiempo, han comprobado que el magma continuó rezumando dentro de la caldera que creó la erupción entre 5.000 y 13.000 años más tarde. Ese magma sobrante solidificado sería empujado después hacia arriba como un caparazón de tortuga gigante. Según los investigadores, su estudio muestra que se puede producir una erupción incluso si no se encuentra magma líquido debajo de un volcán, que es lo que normalmente se busca.
«Intentan determinar el factor tiempo», comenta el experto del CSIC, es decir, «cuánto se necesita para generar una supererupción». Básicamente, hace falta una gran cantidad de magma, pero también «que se acumule próximo a la superficie de la corteza terrestre y se mantenga allí durante un tiempo determinado». Así que este estudio «profundiza en ese aspecto, que todavía es objeto de discusión entre los expertos. Hay quien dice que el magma puede salir casi al momento y otros creen que es cuestión de centenares o miles de años». En definitiva, «todavía se conoce muy poco, yo llevo estudiando este tipo de volcanes desde hace 40 años y aún no tengo muy claro cómo funcionan», reconoce.
Lo cierto es que nadie ha visto una supererupción y las más grandes documentadas en la historia, que están lejos de los grandes cataclismos que cambiaron el clima del planeta, ni siquiera tienen registros fiables más allá de alguna crónica sobre terremotos previos, porque «cuando se produjeron no había nadie monitorizando lo que pasaba». Es lo que ocurre, por ejemplo, con el volcán Krakatoa, también en Indonesia, y su erupción de 1883, que dejó cerca de 40.000 muertes y bajó la temperatura de todo el planeta. Curiosamente, el sudeste español se pudo ver beneficiado, porque hubo más lluvias y mejoraron las cosechas, según un estudio publicado hace unos meses en ‘International Journal of Climatology’.
¿Se podría hacer algo?
Para contribuir al estudio de estos fenómenos, Martí y su equipo han creado una base de datos que se centra en el estudio de los colapsos de las calderas de estos grandes volcanes. Además, investigan los productos de los supervolcanes y el mecanismo por el que se forman: la estructura tectónica, los depósitos, la petrología, cómo se genera el magma y cómo evoluciona. «Hemos sido de los grupos que más ha trabajado en esto. De los primeros que realizaron modelos matemáticos y experimentos análogos», señala el experto, que ha trabajado intensamente en el Teide, pero también en muchos otros lugares del mundo, desde los Andes a Islandia.
Los geólogos analizan los depósitos de este tipo de eventos, indicios indirectos de lo sucedido tras las erupciones, y a partir de ahí sacan conclusiones, pero saber lo que ocurrió antes, que sería aún más útil, es más complicado. «Suponemos que todos los precursores deberían ser muy lentos y que se producirían con mucho tiempo de antelación. Habría mucha sismicidad y sobre todo deformación, porque se tendría que acumular magma debajo», explica Martí, pero no se puede descartar que todo ocurra a una velocidad mucho mayor.
Si en el caso de La Palma apenas se puede hacer otra cosa que no sea contemplar la destrucción, es fácil suponer que, aparte de poner a salvo a la población, cualquier batalla del ser humano contra un supervolcán está perdida de antemano. No obstante, cuando el intervalo entre estos sucesos es de decenas de miles de años (17.000 de media), puede que la perspectiva de nuestras capacidades cambie. Al parecer, así que lo cree la NASA, que según algunas fuentes habría comenzado a estudiar la posibilidad de acometer grandes obras de ingeniería para contrarrestar el inicio de una gran erupción. ¿Fantasías irrealizables? El tiempo lo dirá.
De momento, los vulcanólogos siguen estudiando el pasado y diferencias distintos niveles de impacto. El impacto indirecto, como los gases emitidos, puede tener muy poca importancia en el caso de una pequeña erupción, como la de Cumbre Vieja, pero puede ser muy dañino en el caso de un supervolcán, precisamente, por las consecuencias a largo plazo sobre el clima en todo el planeta. Algo parecido sucede con el impacto directo, que tiene que ver con los terrenos destruidos cerca de la erupción. La lava está cambiando el paisaje de cientos de hectáreas en La Palma, pero en el caso de los supervolcanes se han registrado depósitos primarios, es decir, los piroclastos que expulsa el volcán, a distancias de hasta 250 kilómetros. «Eso significa la destrucción total, no quedaría nada», afirma el experto.