No nos engañemos, vivimos en un mundo de probabilidades. Por ejemplo, la estadística dice que una de cada tres personas desarrollará a lo largo de su vida un cáncer. No se sabe cuál, ni cómo, ni por qué, solo que ocurrirá. Ya lo decía el escritor estadounidense Mark Twain: «Existen las mentiras, las malditas mentiras y la estadística». Lo único que podemos hacer es reducir en la medida de lo posible la cantidad de papeletas que ‘compramos’ para esta macabra lotería. Da igual de qué enfermedad se trate: cáncer, infartos de miocardio, ictus, hígado graso, arritmias, pancreatitis, degeneración macular óptica… o la que nos ocupa hoy: la diabetes.
En determinadas ocasiones, factores genéticos o completamente externos (como la radiación ionizante) pueden ser la causa de que tengamos que pasar por el calvario de una convalecencia más o menos grave, pero en otras, nuestros hábitos saludables marcarán la diferencia. Este es el caso de la diabetes tipo 2, que si bien puede tener un factor genético, nuestro estilo de vida es absolutamente determinante.
Ahora, un grupo de investigadores de la Universidad de Minnesota, liderados por Yuni Choi, han presentado un estudio de gran relevancia, pues analizan cómo lo que comemos influye en el riesgo que tenemos de padecer diabetes tipo 2.
Para llevarlo a cabo, los investigadores prestaron atención a 2.717 sujetos de estudio, bueno, más bien a sus datos alimentarios y médicos. De ellos, los científicos obtuvieron datos fiables de que quien incrementó su consumo de frutas, verduras, cereales integrales, frutos secos y aceites vegetales como el de oliva en su dieta en los últimos 20 años «tenía un riesgo un 60% menor de padecer diabetes tipo 2, comparado con aquellos que mantuvieron o redujeron levemente su consumo de frutas y verduras».
A fin de cuentas, estos resultados no son extraños para nosotros. Sabemos que, entre los principales factores de riesgo para el desarrollo de diabetes mellitus tipo 2, los niveles elevados de azúcar (glucosa) en sangre, así como el sobrepeso y la obesidad, son fundamentales. Los cambios de la dieta, como el aumento de la cantidad de frutas y verduras que comemos, luchan directamente contra esta lacra (la obesidad), puesto que, según investigadores del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas de Barcelona, en 2016 había en España 24 millones de personas por encima de su peso ideal, lo que supone un 51,3% de la población española.
Por supuesto, estos datos no son ni de lejos comparables a los de Estados Unidos, uno de los países más gordos del mundo. En esta parte de Norteamérica, según datos de la Organización Mundial de la Salud, el 67,3% de los estadounidenses padecen sobrepeso.
Respecto a la prevalencia de la diabetes, según datos del Center for Disease Control (CDC), en Estados Unidos hay, a día de hoy, «30,3 millones de diabéticos, de los cuales el 90% sufre el tipo 2». En España, en cambio, según datos de la Fundación para la Diabetes, «el 13,9% de los españoles mayores de 18 años tiene diabetes tipo 2, lo que equivale a más de 5,3 millones de personas. De ellos, casi 3 millones ya estaban diagnosticados, pero 2,3 millones desconocen que padecen la enfermedad». Estos datos, aunque son proporcionados por la Fundación de la Diabetes, deberán ser tomados con la máxima cautela posible, porque, si comparamos a los dos países, resulta que la prevalencia en Estados Unidos está situada en el 8,14% de la población, mientras que en España es 6 puntos porcentuales mayor.
Esto, a primera vista, es un atentado contra todo lo que creíamos. Nuestro índice de obesidad es menor, nuestra esperanza de vida muchísimo mayor (no en vano somos el segundo país del mundo más longevo después de Japón) y tenemos una alimentación basada en la dieta mediterránea, la más sana. Como se explicaba al principio del artículo, la estadística es peligrosa. Según la Federación Internacional de la Diabetes, la prevalencia porcentual en España se sitúa en el 7,17%, un dato extraordinariamente diferente al propuesto por la Fundación de la Diabetes (nada menos que la mitad).